La discriminación lingüística es la negación del otro como interlocutor, como sujeto de diálogo. Es una discriminación peligrosa justamente porque pasa inadvertida hasta a las mentes más liberales e igualitarias, y es socialmente tolerada porque no se la llama por su nombre.
Reconocer que en el CIDE y en el Colmex se reproducen dinámicas elitistas no es satanizar esas instituciones. Más bien debería motivar una reflexión profunda sobre cómo esas instituciones se vinculan con la sociedad.